sábado, 28 de febrero de 2009

El Rollo no. 3 (Febrero de 2009)

Desafíos: universidad y globalización

Las universidades concebidas desde sus orígenes como centros del saber, donde los estudiantes cultivan gradualmente a fin de cosechar abundantes frutos que aporten para el crecimiento de la sociedad en que se desenvuelven son motivo de polémica en esta tercera edición de El Rollo, simplemente porque al hablar de universidad no es posible hacerlo sin hablar de sociedad, pues son conceptos íntimamente ligados.


Esta afirmación trae consigo una realidad no muy alentadora, y es que en la práctica una y otra ya no van juntas; en algún momento de la historia se separaron produciendo una sociedad cada vez menos humanizada, con menos valores y con preferencia por lo efímero y lo banal. Las universidades se han dedicado a producir profesionales en masa para suplir las necesidades de un mercado saturado y al borde del colapso sin ningún tipo de interés por desarrollar proyectos que generen verdaderos cambios.





Si a este problema le sumamos el hecho innegable de que interactuamos en una sociedad global, en la que poco a poco desaparecen las barreras naturales y en la que el desarrollo de las telecomunicaciones amplió el espectro de acción y movimiento para los ciudadanos que la conforman, estamos ciertamente ante un gran desafío.



Al abrir la tercera edición de EL Rollo queremos proponer la discusión del papel que debe jugar la Universidad en la sociedad en que estamos inmersos; cuáles son sus fallas, aciertos, aportes, principales retos, desde la visión de numerosos autores que al igual que nosotros sienten que la universidad debe redireccionar su línea de acción a fin de lograr articular nuevamente aquella unión que, con desastrosas consecuencias para la humanidad, en algún momento se rompió.

El Rollo no. 2 (Octubre de 2008)

¿Recesión cultural?

Embelesados por el auge y el desarrollo de centros “académicos” y “culturales” desconocemos a menudo que la ignorancia está creciendo. De hecho, ¿qué significa cultura?, ¿qué hay en su esencia y en su historia?

Cultura significa cultivar: la tierra, los animales, el hombre; por último está la educación, palabra que en las lenguas anglosajonas conserva casi intacto su sentido original de recorrido, de camino, desde la pobreza, desde la ignorancia, hasta la riqueza de una personalidad edificada en el tiempo, en el conocimiento, en la experiencia. No significa, primero que todo y necesariamente, libros, erudición, contenidos, pensamientos difíciles; significa que un hombre no se hace hombre, que una zanahoria no resulta ser una buena zanahoria, ni un pueblo un buen pueblo si no se rodean de cuidados.

En cambio se ha pasado rápidamente de una sabia y milenaria cultura popular, a un bienestar ignorante porque se ha comenzado a llamar cultura al conocimiento funcional (el pedazo de papel) y también especializado que crea muchos intelectuales y superintelectuales a veces culturalmente ignorantes.

En esta situación se observa la expansión del consumismo ligada a la recesión cultural, con pérdida de memoria histórica y, por lo tanto de proyección, ya que la conciencia cultural actúa siempre, no solo en relación con el pasado, sino también en relación con el futuro. Este hecho infantiliza a los pueblos y los hace aparecer como comunidades de adolescentes hastiados y viciados.

Hace poco escuché a un estudiante decir: “Yo voy a la Universidad para que me instruyan, no para que me eduquen ni para la cultura”. Ya Kafka, de hecho, había dicho que ya no existía ni el misterio ni la novedad, sino la mera instrucción para el uso.

De esta decadencia cultural, tiene una fuerte responsabilidad la televisión que convierte en espectáculo, generalmente de pobrísima calidad, toda posible “pregunta” sobre cultura, idiotizando y adormeciendo potentemente las conciencias a inmovilidad, donde el consumismo presenta su programa: la consumación sin memoria.

Despertarse a la cultura no quiere decir necesariamente tomar un libro (también, pero no es determinante). La cultura, precisamente porque no se puede poseer con un criterio consumista, es, como diría maravillosamente Simone Weil, una orientación de la mirada.

La cultura es espíritu; y el espíritu es más real que las sillas, el tablero y los computadores.